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Brecht Bertolt-Historias de Almanaque

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    Bertolt Brecht

    Historias

    deAlmanaque

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    Ttulo original: KalendergeschichtenTraductor: Joaqun Rbago

    Esta obra ha sido publicada por acuerdocon Suhrkamp Verlag K. G., Frankfurt a/Main

    Primera edicin en El Libro de Bolsillo: 1975Sptima reimpresin en El Libro de Bolsillo: 1987

    Gebrueder Weiss, Berln, 1949

    Ed. cast., Alianza Editorial, S. A.Madrid, 1975, 1976, 1979, 1980, 1981, 1985, 1986, 1987Calle Miln, 38; 28043 Madrid; telf. 200 00 45I.S.B.N.: 84-206-1560-9Depsito legal: M. 30.471-1987Papel fabricado por Sniace, S. A.Impreso en Grficas Rogar, S. A. Pol. Cobo-CallejaFuenlabrada (Madrid)Printed in Spain

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    El crculo de tiza de Augsburgo

    En tiempos de la guerra de los Treinta Aos viva en la ciudad libreimperial de Augsburgo del Lech un protestante suizo llamado Zingli, dueo deuna gran curtidura y almacn de cueros. Estaba casado con una muchacha deAugsburgo, que le haba dado un hijo. Cuando los catlicos marcharon sobre laciudad, sus amigos le instaron a que huyera, mas, bien fuera porque su pequeafamilia le retena, bien porque no quera dejarlo todo plantado en su curtidura,lo cierto es que no supo decidirse a tiempo.

    Segua, pues, en la ciudad en el momento en que la invadieron las tropasimperiales, y cuando por la noche comenz el saqueo, corri a ocultarse en un

    foso del patio donde se guardaban los colorantes. Su mujer deba refugiarsejunto con su hijo en la casa que unos parientes suyos tenan en las afueras de laciudad, mas se entretuvo demasiado en recoger sus cosas: vestidos, joyas y ropade cama, y cuando quiso darse cuenta y se asom a una de las ventanas delprimer piso que daban al patio vio con sorpresa cmo irrumpa en l un pelotnde soldados imperiales. Muerta de miedo, lo dej todo como estaba y huy porla puerta trasera.

    El nio qued abandonado en la casa. Tendido en su cuna, en medio delvestbulo, se entretena jugando con una bolita de madera suspendida del techopor un hilo.

    Fuera del nio no quedaba en la casa ms que una joven criada, que,mientras se hallaba en la cocina fregando el cobre, oy ruidos procedentes de lacalleja. Se abalanz hacia la ventana y vio cmo la soldadesca arrojaba desde elprimer piso de la casa de enfrente el producto de su pillaje. Corri entonces lacriada al zagun, y cuando se dispona a sacar al nio de la cuna, oy cmogolpeaban la puerta de roble de la calle. Presa de pnico, corri escaleras arriba.

    El zagun se llen inmediatamente de soldados borrachos y dispuestos ano dejar ttere con cabeza. Saban que aqulla era la casa de un protestante.Milagrosamente, no descubrieron a Anna, que as se llamaba la criada, duranteel registr y saqueo de la casa. Tan pronto como se hubo alejado la soldadesca,

    sali Anna del armario que haba utilizado como escondrijo a ver al nio, alcual encontr sano y salvo en el vestbulo. Rpidamente lo tom en sus brazos ysali con l al patio procurando no hacer ruido. Haba ya anochecido mientrastanto, pero el rojizo resplandor de una casa que arda no lejos de all iluminabael patio. Con horror descubri en ese momento la criada el cadver mutilado desu amo. Los soldados haban sacado al curtidor del foso y le haban asesinado.

    Slo entonces comprendi la muchacha el peligro que corra llevando enbrazos por la calle al hijo de un protestante. Con gran pesar de su corazn, lodevolvi, pues, a su cuna, le dio leche y, tras acunarlo para que se durmiese, sedirigi hacia el lugar de la ciudad donde viva su hermana casada. A eso de las

    diez de la noche, y acompaada por el marido de su hermana, Anna se abri denuevo paso entre la soldadesca, que celebraba su victoria, para tratar de

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    localizar a la madre de la criatura, la seora Zingli. Llamaron a la puerta de uncasern. La puerta se entreabri, pasado un rato, y por la abertura asom lacabeza de un pequeo anciano, el to de la seora Zingli. Anna le comunic, casisin aliento, que el seor Zingli haba muerto, pero que el nio estaba sano ysalvo en casa de su madre. El anciano la mir framente con ojos de pescado y leexplic que su sobrina no estaba ya all, y que l, por su parte, no quera sabernada del bastardo protestante. Tras lo cual volvi a cerrar la puerta. Mientras sealejaba, el cuado de Anna vio correrse una cortina en una de las ventanas, delo cual dedujo que la seora Zingli segua all. Al parecer no se avergonzaba denegar a su propio hijo.

    Anna y su cuado caminaron un rato en silencio. De pronto, la muchachaconfes su propsito de volver a la curtidura para recoger al nio. El cuado,hombre ordenado y tranquilo, la escuch asustado y trat de disuadirla de tanpeligrosa idea. Qu tena ella que ver con aquella gente? Ni siquiera la habantratado decentemente.

    Anna le escuch en silencio y le prometi no cometer ningn disparate.Sin embargo, se mantuvo firme en su propsito de acudir sin prdida de tiempoa la curtidura para asegurarse de que nada le faltaba al nio. Adems insistien ir sola.

    La muchacha se sali con la suya. En medio del destruido vestbulo yacael nio en su cuna, profundamente dormido. Fatigada, Anna se sent a su ladoy se puso a mirarlo. No se haba atrevido a encender una luz, pero la casavecina arda an en llamas, y el resplandor le permita ver perfectamente a lacriatura. Tena sta un lunarcito en el cuello.

    Tras permanecer largo rato, una hora tal vez, contemplando cmo lacriatura respiraba y se chupaba plcidamente el puito, Anna comprendi quehaba pasado demasiado tiempo junto a la cuna, que haba visto demasiadocomo para irse ahora sin el nio. Se levant, pues, y con lentos movimientosenvolvi al nio en una colcha, le tom en sus brazos y abandon con l la casa,mirando, asustadiza, en torno suyo como alguien que no tiene la concienciatranquila, como una ladrona.

    Dos semanas ms tarde, y tras largas deliberaciones con la hermana y elcuado, Anna se llev al nio al pueblo de Grossaitingen, donde viva suhermano mayor, que era granjero. La granja perteneca en realidad a la mujer, y

    l no tena otros derechos que los que le correspondan por su matrimonio. Sehaba convenido en que Anna revelara slo al hermano la identidad de lacriatura, pues no conocan a la joven campesina con la que aqul estaba casadoni saban cmo acogera tan pequeo y peligroso husped.

    Anna lleg a la aldea a eso del medioda. Su hermano, la mujer y loscriados estaban sentados a la mesa. No es que fuese mal recibida, pero le bastechar un vistazo a su cuada para convencerse de que deba presentar al niocomo propio. Slo despus de que la muchacha explicase que su marido habaencontrado trabajo en el molino de una aldea distante y que ella y su hijitodeban reunirse all con l al cabo de un par de semanas, abandon la cuada su

    glida actitud y se hicieron al nio los debidos elogios y cumplidos.Despus de comer, Anna acompa a su hermano en busca de lea. Una

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    vez all, se sentaron en sendos tocones, y Anna le confes todo. La muchachavio inmediatamente que su hermano no las tena todas consigo, que su posicinen la granja no estaba an consolidada. l la elogi por no haberle dicho nada asu mujer. Estaba claro que no confiaba en que su joven esposa tuviese lagenerosidad suficiente como para aceptar al pequeo protestante. Consider,pues, conveniente continuar el engao. Lo cual no deba resultar a la larga nadafcil.

    Anna ayudaba en las faenas del campo a la vez que cuidaba de su hijo,por lo que se pasaba el tiempo corriendo de aqu para all mientras los demsdescansaban. El pequeo fue as creciendo y engordando poco a poco. Cada vezque vea aparecer a Anna, se echaba a rer y trataba con todas sus fuerzas delevantar la cabecita. Pero lleg el invierno, y la cuada comenz a preguntarpor el marido de Anna.

    No haba inconveniente alguno en que la muchacha se quedara en lagranja, pues estaba siempre dispuesta a ayudar. Lo malo era que los vecinos nodisimulaban su asombro ante el hecho de que el padre de la criatura no hubieseacudido una sola vez a visitar a su hijo. De no presentar pronto a un padre,comenzaran las maledicencias dentro de la granja.

    Un domingo por la maana enganch el granjero un caballo y llam aAnna para que lo acompaara a recoger un ternero en un pueblo prximo. Porel camino, el hermano mayor le explic a Anna que le haba encontrado unmarido. Se trataba de un bracero gravemente enfermo, que apenas pudolevantar la cabeza de la mugrienta almohada cuando los hermanos entraron enla pequea choza donde viva.

    El moribundo se declar dispuesto a casarse con Anna. Junto a lacabecera del lecho permaneca de pie una vieja de piel amarillenta: era sumadre. Esta recibira una recompensa a cambio del servicio prestado a Anna.

    El trato qued cerrado en diez minutos, y Anna y su hermano pudieronproseguir su camino en busca del ternero. La boda tuvo lugar al final de esamisma semana. Ni una sola vez volvi el enfermo sus ojos vidriosos hacia Annamientras el sacerdote murmuraba su bendicin nupcial. El hermano de lamuchacha no dudaba de que de all a unos pocos das tendran el certificado dedefuncin. Entonces diran que el marido de Anna y padre del nio habamuerto en algn lugar prximo a Augsburgo, cuando se diriga a buscarla, y

    nadie se extraara ya de que la viuda se quedase en casa de su hermano.Anna regres alegre de su extraa boda, en la que no haba habido nicampanas, ni msica, ni damas de honor, ni invitados. Su festn de bodasconsisti en un trozo de pan y una loncha de tocino que la muchacha devor enla misma despensa, tras lo cual se acerc con su hermano al cajn donde dormael nio, que por fin llevaba un apellido. Anna le arrop bien y sonri a suhermano.

    Pero el certificado de defuncin se haca esperar. Pas una semana ydespus otra sin que llegaran noticias de la vieja. Anna haba contado a todo elmundo que su marido estaba en camino. Ahora, cada vez que alguien la

    preguntaba por l, se limitaba a responder que seguramente la nieve le estabadificultando el viaje. Mas como quiera que transcurriesen otras tres semanas sin

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    que se recibiera noticia alguna, el hermano se dirigi, seriamente preocupado,al pueblo prximo a Augsburgo.

    Regres a altas horas de la noche. Anna estaba an levantada y corri aabrir la puerta tan pronto como oy chirriar el carro en el patio. Cuando vio lapoca prisa que se daba su hermano para desenganchar el caballo, se le encogiel corazn. Traa aqul malas noticias. Al entrar en la choza se haba encontradoal que crean condenado a muerte sentado a la mesa, en mangas de camisa, ycomiendo a dos carrillos. Estaba totalmente restablecido.

    El hermano continu su relato sin atreverse a mirarla a los ojos. El mismobracero, que por cierto se llamaba Otterer, y su madre parecan sorprendidospor el giro favorable de los acontecimientos y no haban llegado todava aninguna conclusin sobre lo que convena hacer. Otterer no le haba causadomala impresin. Apenas haba abierto la boca: nicamente haba hecho callar ala vieja cuando sta comenz a lamentarse de que su hijo hubiera cargado conuna esposa que no deseaba y con una criatura que no era suya. Durante el restode la conversacin guard silencio, y no alz la vista un momento de su platode queso. Cuando el granjero por fin se despidi, el hombre segua comiendo.

    Naturalmente, Anna estuvo muy preocupada los das sucesivos. Eltiempo que le dejaban libre sus faenas domsticas lo dedicaba a ensear a andaral nio. Cuando por fin el pequeo logr soltarse de la rueda y avanztambalendose hacia ella, con los brazos extendidos, la muchacha no tuvo msremedio que reprimir un seco sollozo. Cuando la criaturita lleg a donde ella laestaba esperando, Anna la tom en sus brazos y la apret contra su pecho.

    En cierta ocasin pregunt Anna a su hermano: qu clase de hombre esese Otterer? Tan slo le haba visto una vez; en su lecho de moribundo yadems de noche, a la tenue luz de una candela. Ahora se enteraba de que sumarido era un quincuagenario gastado por el trabajo, cosa normal en un

    jornalero.Poco despus volvera a verle. Un buhonero le haba comunicado con

    gran alarde de misterio que cierto conocido suyo deseaba reunirse con ella talda, a tal hora y en tal aldea, prxima al lugar de donde arranca el sendero queva a Landsberg.

    As fue como se encontraron al fin los esposos a mitad de camino entresus aldeas, en medio del campo nevado, como los generales de la antigedad

    acudan a parlamentar a un lugar equidistante de sus respectivas lneas debatalla.El hombre no le gust a Anna.Tena dientes pequeos y grises y la mir de arriba abajo a pesar de que

    el grueso cuero de oveja en que ella iba envuelta apenas dejaba nada que ver.Adems utiliz la expresin: sacramento del matrimonio. Anna le dijosucintamente que tena que meditarlo y le rog que encargara a algncomerciante o carnicero que pasase por Grossaitingen le transmitiera el recado,en presencia de su cuada, de que no tardara en llegar, con la indicacin deque si no lo haba hecho ya era porque haba enfermado en el camino.

    Otterer asinti, pensativo como siempre. Le llevaba a Anna una cabezaen estatura, y siempre que le diriga la palabra fijaba su mirada en el lado

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    izquierdo del cuello de la muchacha, cosa que la sacaba de quicio.El mensaje no llegaba, sin embargo, y Anna comenz a darle vueltas en

    su cabeza a la idea de abandonar sin ms la granja para dirigirse hacia el Sur, aKempten o Sonnthofen, por ejemplo, en busca de trabajo. Slo la retena lainseguridad de los caminos, de la que tanto se hablaba, y el hecho de que fuerapleno invierno.

    La estancia en la granja, sin embargo, resultaba cada da ms difcil. Lacuada aprovechaba la hora de la comida y la presencia de toda la servidumbrepara hacerle preguntas llenas de recelo sobre el marido ausente. Un da lleg alextremo de llamar al nio en voz alta y en un tono de hipcrita compasinpobre criatura, hecho que decidi a Anna a abandonar la granjainmediatamente. Por desgracia, sin embargo, el nio cay enfermo. No seestaba un momento quieto en su caja: tena la cara congestionada, y turbios losojos. Anna velaba junto a l noches enteras, llena de temor y a la vez deesperanza. Una maana, cuando el nio se encontraba ya en curso de francamejora y haba recuperado la sonrisa, llamaron a la puerta, y he ah que entrOtterer.

    No haba nadie en la habitacin excepto ella y el nio, de modo que notuvo necesidad de fingir, lo que, por otra parte, le habra resultado imposibledado el susto que se llev. Pas un buen rato sin que ninguno de los dospronunciara palabra, hasta que por fin habl Otterer para explicar que, trashaberlo reflexionado seriamente, vena por ella. Volvi a mentar el sacramentodel matrimonio.

    Anna se enfad muchsimo. Con voz firme, aunque sofocada, respondique no estaba dispuesta de ningn modo a vivir con l, que se haba casado slopor el nio y que lo nico que quera de l era que les diese su nombre, a ella ya la criatura.

    Cuando la oy mentar al nio, Otterer ech una rpida ojeada hacia elcajn donde yaca el pequeo; murmur algo, pero no se acerc. Esto soliviantan ms a Anna.

    Otterer dej caer un par de tpicos, le propuso reconsiderarlo todo, y leexplic que su madre y l vivan en la estrechez, pero que aqulla poda dormiren la cocina. En ese momento lleg la granjera, quien le salud llena decuriosidad y le invit a comer. Ya en la mesa, el hombre salud al granjero con

    una leve inclinacin de cabeza con la que ni finga desconocerle, ni daba asuponer que le conociese. A las preguntas que le haca la anfitriona, lcontestaba con monoslabos, sin levantar la vista del plato. Le explic que habaencontrado un trabajo en Mering y que Anna poda irse con l. No habl, sinembargo, de que eso tuviera que ser en seguida.

    Por la tarde rehuy la compaa de los granjeros y se dedic a partir leadetrs de la casa, sin que nadie le hubiera pedido que lo hiciera. Despus de lacena, durante la cual el hombre tampoco abri la boca, la propia granjera lellev un catre al cuarto de Anna para que pudiera pasar all la noche. Con gransorpresa para todos, Otterer se levant torpemente y murmur que deba

    regresar esa misma noche. Antes de salir lanz una mirada ausente hacia la cajadel nio, pero no dijo nada, ni lo toc.

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    Esa misma noche, Anna fue atacada por una fiebre que le dur variassemanas. La mayor parte del tiempo lo pasaba tumbada en total inactividad;slo un par de veces, al medioda, aprovechando un ligero descenso de lafiebre, consigui arrastrarse hasta la caja para arropar bien al nio.

    En la cuarta semana de la enfermedad se present Otterer con una carretay se llev a la mujer y a la criatura. Anna no rechist.

    La recuperacin fue muy lenta, lo que no resulta extrao teniendo encuenta que las sopas que tomaba en la choza del bracero eran puro aguachirle.Una maana, sin embargo, al ver lo sucio que tenan al nio, resolvilevantarse.

    El pequeo la recibi con su simptica sonrisa, que, segn afirmabasiempre el hermano de Anna, haba heredado de ella. Haba crecido y gateabade un lado para otro de la habitacin con increble rapidez, dando manotazos ylanzando grititos cada vez que se caa de bruces. Anna le ba en una tina demadera y recuper al tiempo su confianza en s misma.

    Pocos das despus, no pudiendo resistir ms la vida en aquella choza,envolvi al pequeo en un par de mantas, tom una hogaza y un poco de quesoy se march.

    Se haba propuesto alcanzar Sonnthofen, mas no lleg muy lejos. Seguasintiendo una gran debilidad en las piernas, el camino resultaba difcilmentetransitable por culpa de la nieve, que comenzaba ya a fundirse, y la gente de lasaldeas se haba vuelto desconfiada y mezquina debido a la guerra. Al tercer dade camino, se disloc un tobillo al caer en la cuneta. Pasaron varias horas,durante las cuales sinti autntica angustia por la criatura, antes de que losrecogieran y los trasladasen a un establo. El pequeo se dedicaba a gatear porentre las patas de las vacas y se echaba a rer cada vez que oa los gritosaterrorizados de Anna. Finalmente no tuvo ms remedio que darles a losgranjeros el nombre del marido, quien fue a buscarlos y se los llev nuevamentea Mering.

    Nunca ms volvi Anna a intentar una fuga, sino que acept resignadasu destino. Trabajaba con tesn. Resultaba difcil extraer algn fruto de tanpequea parcela; costaba muchsimo llevar la casa en aquellas condiciones. Peroel hombre no se comportaba descortsmente con ella, y el nio tena qu comer.Adems, su hermano los visitaba de vez en cuando y siempre traa algn regalo

    para el nio; un da Anna mand teir de rojo una chaquetita para el pequeo.Ese color deba sentarle bien, pensaba, al hijo de un tintorero.Con el tiempo lleg a considerarse satisfecha con su vida y sobre todo

    con la educacin del nio, que le deparaba grandes alegras. As transcurrieronalgunos aos.

    Un da, al regresar del pueblo, adonde haba ido a comprar jarabe, noencontr al nio en la choza. Su marido le inform que haba pasado por all ensu coche una seora bien vestida y que se haba llevado a la criatura. Anna tuvoque apoyarse contra la pared para no caer al suelo presa del pnico, y aquellamisma noche se puso en camino hacia Augsburgo sin ms equipaje que un

    atadijo con vveres.Su primera visita, una vez en la ciudad imperial, fue a la curtidura. No la

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    dejaron entrar, y no pudo ver al nio.La hermana y el cuado trataron en vano de consolarla. Anna acudi a

    las autoridades gritando, fuera de s, que le haban robado a su hijo. Lleg alextremo de denunciar a los ladrones como protestantes. Pronto se enter, sinembargo, de que corran otros tiempos y que se haba sellado la paz entrecatlicos y protestantes. Y apenas hubiera conseguido nada de no habermediado una circunstancia particularmente feliz: el pleito pas a manos de un

    juez que era un hombre muy especial.Se trataba del juez Ignaz Dollinger, famoso en toda Suavia por su

    erudicin y bruscos modales. El prncipe elector de Baviera, contra el cual habaintervenido en un pleito suscitado por la ciudad libre, le haba colgado el apodode estercolero latino; la gente humilde, sin embargo, cantaba sus alabanzas enuna larga copla.

    Anna se present ante l acompaada de su hermana y cuado. Elanciano, de baja estatura y desmedidamente gordo, los recibi sentado en suminsculo y destartalado cuarto, entre montones de pergaminos. Tras escucharbrevemente a Anna, anot algo en una hoja y gru: Colcate all! Rpido!, mientras con su pequea y abultada mano sealaba un punto de la habitacinadonde llegaba un haz de luz a travs del estrecho ventanuco. El juez examindetenidamente, durante unos minutos, el rostro de la muchacha; luego, a la vezque lanzaba un profundo suspiro, le hizo seas de que se fuera.

    Al da siguiente la mand llamar por medio de un alguacil. An no habatraspasado Anna el umbral de la puerta, cuando el juez le espet:

    Por qu no dijiste en primer lugar que haba de por medio unacurtidura y una propiedad de gran valor?

    Anna replic, incorregible, que lo nico que le importaba era su nio.No te hagas la ilusin de que vas a poder quedarte con la curtidura

    le chill el juez. Si el bastardo es realmente tuyo, la propiedad pasar a losparientes de Zingli.

    Anna asinti con la cabeza, sin mirarle. Luego dijo:El nio no necesita la curtidura.Es tuyo? ladr el juez.S musit la muchacha. Quisiera poder conservarlo tan slo hasta

    que aprenda todas las palabras. Todava no sabe ms que siete.

    El juez tosi y orden los pergaminos que haba encima de su mesa.Despus dijo en tono ms reposado, aunque no totalmente exento de irritacin:T quieres quedarte con el renacuajo; pero tambin lo quiere la cabra

    esa de las cinco enaguas de seda. Ahora bien, el chico necesita una verdaderamadre.

    S asinti Anna, y mir al juez.Lrgate gru el viejo. l sbado se celebrar el juicio.Aquel sbado la calle mayor y la plaza del ayuntamiento, junto a la torre

    de Perlach, parecan un hervidero. Por nada del mundo quera perderse todaaquella gente el juicio del nio protestante. Debido a su carcter singular, el

    caso haba despertado gran sensacin desde el primer momento, y en loshogares y tabernas se especulaba sobre quin sera la verdadera madre y quin

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    la impostora. Por otro lado, el viejo Dollinger era sobradamente conocido entoda la comarca, y an ms all, por sus vistas, en las que siempre haca alardede dichos mordaces y sabias moralejas. Los procesos que l diriga se veansiempre ms concurridos que las ferias y las verbenas. Por eso se habancongregado aquel da frente al ayuntamiento no slo numerosos burgueses,sino tambin muchos campesinos de la comarca. El viernes era da de mercado,y gran nmero de labriegos haban pernoctado en la ciudad para poder asistiral proceso.

    El juicio se celebr en el llamado Saln Dorado, famoso por ser el nicode sus proporciones en toda Alemania que no tena columnas: el techo estabasuspendido del caballete del tejado por medio de cadenas.

    El juez Dollinger, pequea y redonda mole de carne, estaba sentadofrente al portn de bronce que haba en una de las paredes laterales de la sala,portn que permaneca cerrado. Una sencilla cuerda serva para delimitar elespacio reservado al auditorio. El propio juez no tena mesa ni estrado, sino quese sentaba en el suelo. l mismo haba ideado aos atrs aquel montaje: dabagran importancia a los efectos escnicos.

    En el interior del recinto figuraban la seora Zingli junto con sus padres,unos parientes suizos del difunto seor Zingli dos caballeros muy dignos ybien vestidos, con aspecto de ricos comerciantes, que acababan de llegar a laciudad para asistir al juicio, y, por ltimo, Anna Otterer, a la que acompaabasu hermana. Junto a la seora Zingli apareca una nodriza, que tena al pequeoen sus brazos.

    Todos, partes y testigos, estaban de pie. El juez Dollinger sola decir quelas vistas eran ms breves cuando se obligaba a los litigantes a permanecer enesa postura. Aunque tal vez el motivo real fuera que as l mismo quedabaoculto a la vista del pblico, de forma que slo se le alcanzaba a ver si uno sepona de puntillas y estiraba bien el cuello.

    Nada ms comenzar la vista, se produjo un incidente. Al ver al nio,Anna profiri un grito y se adelant hacia l: la criatura, que quera, a su vez, ircon ella, empez a patalear con fuerza y a berrear en brazos del ama. El juezorden que lo sacaran de la sala.

    Luego llam a la seora Zingli, que se acerc precedida por el fru-fru desus enaguas. Llevndose un pauelito a los ojos de cuando en cuando, la seora

    Zingli refiri cmo los soldados imperiales le haban arrebatado al nio duranteel saqueo. Aquella misma noche la criada se haba presentado en casa de supadre para informarles de que el nio segua en la casa saqueada. Seguramentelo haba hecho con la esperanza de recibir una recompensa. Sin embargo, unacocinera de su padre a quien se envi expresamente a la curtidura no encontra la criatura, por lo que supona que esa persona (y seal a Anna) se habaapoderado del nio para conseguir dinero mediante el chantaje. Cosa quehubiera hecho ms tarde o ms temprano si, felizmente, no le hubieranarrebatado el nio. El juez Dollinger llam a los dos parientes del seor Zingli yles pregunt si se haban interesado entonces por la suerte del seor Zingli y, en

    caso afirmativo, qu les haba contado la seora Zingli. Ellos contestaron que laseora Zingli les haba comunicado que su marido haba sido asesinado y que

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    haba confiado el nio al cuidado de una criada suya y que estaba en buenasmanos. Se refirieron a la viuda en trminos poco cordiales, lo que no era deextraar, pues la heredad pasara a sus manos en el caso de que la seora Zingliperdiera el proceso.

    Oda su declaracin, el juez se dirigi nuevamente a la seora Zingli parapreguntarle si no haba perdido realmente la cabeza en el momento del asalto yhaba dejado al nio en la estacada.

    La seora Zingli le mir con sus ojos color azul plido, fingiendoasombro, y replic con aire ofendido que no haba abandonado a su hijo. El juezDollinger carraspe y le pregunt si crea que una madre no poda abandonar asu hijo.

    Efectivamente, lo crea, replic la seora Zingli con firmeza. El juez lepregunt entonces si consideraba que una madre que obrase de ese modomereca una paliza en el trasero independientemente del nmero de enaguasque llevara encima. La seora Zingli no contest, y el juez llam entonces adeclarar a Anna, la antigua criada. La muchacha acudi con presteza y se limita repetir en voz baja lo que ya haba declarado en el examen previo. Hablabacomo si al mismo tiempo estuviera escuchando algo, y de vez en cuando dirigala vista hacia la puerta por la que se haban llevado a la criatura, como sitemiera volver a or su llanto.

    Anna declar que, efectivamente, haba acudido aquella noche a casa delto de la seora Zingli, pero que no haba regresado a la curtidura por temor alas tropas imperiales y tambin porque estaba preocupada por su propiovstago, un hijo natural cuya custodia haba confiado a unos conocidos de lavecina localidad de Lechhausen.

    El viejo Dollinger la interrumpi bruscamente para comentar con suhabitual causticidad que una persona en la ciudad, al menos, haba sentido algoparecido al miedo la noche de marras, y que le complaca constatarlo, pues elloindicaba que una persona cuando menos haba mostrado un mnimo de sentidocomn en aquella ocasin. No estaba bien que la testigo tan slo se hubiesepreocupado de su propio hijo, pero, como deca el refrn, la sangre llama y unamujer que es realmente una madre es capaz hasta de robar por su hijo. Sinembargo, las leyes prohben el hurto, pues la propiedad es la propiedad y quienroba tambin miente y la mentira est penada igualmente por la ley. Dicho esto,

    pas el juez a dictar una de sus sabias y crudas lecciones sobre la granujera delos hombres que mienten todo lo que quieren ante los tribunales, y tras unabreve digresin sobre los campesinos que bautizaban la leche de las inocentesvacas, y sobre el magistrado de la ciudad, que cobraba impuestos abusivos a losgranjeros, asuntos stos que nada tenan que ver con el proceso en cuestin,anunci que ya no se tomaran ms declaraciones a los testigos, aunque las yaprestadas no haban aclarado nada.

    Hizo luego el juez una larga pausa, durante la cual pareci dar muestrasde un gran desconcierto, pues no haca ms que mirar en torno suyo como siesperase alguna sugerencia ajena sobre cmo poner fin a aquello.

    Los asistentes se miraban perplejos, y algunos estiraban el cuello paratratar de ver al desvalido juez. En la sala reinaba, sin embargo, un gran silencio;

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    tan slo se oa el murmullo de la multitud reunida en la calle.Por fin, con un suspiro, volvi el juez a tomar la palabra.No se ha podido establecer quin es la verdadera madre dijo. El

    nio es digno de lstima. Todos sabemos de padres que han tratado de escurrirel bulto, negando, los muy granujas!, su paternidad, pero he aqu que acuden anuestro tribunal dos madres a la vez. Sus argumentos respectivos han sidoescuchados por el tribunal en la medida en que merecan serlo: a cada mujer sele han concedido cinco minutos para exponer su caso. Pues bien, este tribunalha llegado a la conclusin de que ambas mienten como condenadas. Sinembargo, como se dijo al principio, hay que tener siempre presente al nio, queno puede pasarse sin una madre. Habr, pues, que establecer, evitando todapalabrera intil, cul de las dos es la verdadera madre.

    Y con voz irritada llam a un alguacil y le orden que trajera una tiza. Elhombre desapareci y volvi al momento con una tiza en la mano.

    Traza con ella un crculo en el suelo de modo que en su interior quepantres personas de pie dijo entonces el juez.

    El alguacil se arrodill y traz con la tiza el crculo deseado.Trae ahora al nio orden el juez.Trajeron al nio, que comenz a berrear, pues quera ir con Anna. El viejo

    Dollinger no se inmut por el lloriqueo, pero elev el tono de voz.Para la prueba que vamos a realizar continu me he inspirado en

    un libro muy antiguo. Parece dar buenos resultados. La idea que sirve de base ala prueba del crculo de tiza es la de que a la verdadera madre se la reconocesiempre por el amor que profesa a su hijo. Se trata, pues, de medir la fuerza deese amor. Alguacil, coloca al nio dentro del crculo.

    El alguacil separ al nio, que no dejaba de llorar, de su nodriza, y locondujo hasta el centro del crculo. El juez prosigui, dirigindose a la seoraZingli y a Anna:

    Colocaos tambin vosotras dentro del crculo de tiza y agarrad cadauna al nio por una mano. Cuando diga: Ya!, tratad de sacar al pequeo delcrculo. Aquella de vosotras cuyo amor sea ms fuerte tirar de l tambin conmayor fuerza y lo arrastrar hacia su lado.

    En el saln reinaba ahora cierta agitacin. Los presentes se ponan depuntillas para ver mejor, y cada cual regaaba con los que tena delante.

    Cuando las dos mujeres entraron por fin en el crculo y cada una tom al niopor una mano, se hizo otra vez un silencio de muerte. Incluso el nio habaenmudecido, como si sospechara lo que all se tramaba. Con su carita baada enlgrimas miraba la criatura a Anna. En ese momento el juez exclam: Ya!

    Con un tirn violento, la seora Zingli arranc al nio del crculo de tiza.Anna lo sigui con la vista, azorada e incrdula. Haba soltado al nio enseguida por temor a que sufriera algn dao si las dos tiraban de los bracitos dela criatura al mismo tiempo y en direcciones opuestas.

    El viejo Dollinger se puso en pie.Ahora ya sabemos dijo en voz alta quin es la verdadera madre.

    Quitadle el nio a esa mujerzuela. Sera capaz de hacerle pedazos con la mayorsangre fra. Y, tras saludar a Anna con una inclinacin de cabeza, el juez

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    abandon rpidamente la sala y se fue a desayunar.Durante las semanas que siguieron a aqulla, los campesinos de la

    comarca, que no tenan un pelo de tontos, no se cansaran de comentar que eljuez le haba guiado el ojo a la mujer de Mering en el momento de adjudicarlela criatura.

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    Balada de la puta para judosMara Sanders

    1

    En Nuremberg dictaron una leyque hizo llorar a ms de una mujerpor compartir lecho con quien no deba.En los arrabales, la carne se enardece,y los tambores baten con fuerza.

    Si algo tramaran, Dios santo,esta noche sucediere.

    2

    Mara Sanders, tu amante tienedemasiado negro el cabello.Mejor no vayas esta noche.Mejor su lecho hoy evita.En los arrabales, la carne se enardece,y los tambores baten con fuerza.Si algo tramaran, Dios santo,esta noche sucediere.

    3

    Dame la llave, madre.

    Como otras noches, sali la luna.No puede ser todo tan grave.En los arrabales, la carne se enardece,y los tambores baten con fuerza.Si algo tramaran, Dios santo,esta noche sucediere.

    4

    Una maana, a las nueve,

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    la pasearon en camisa,la cabeza rapaday al pecho un cartel.La calle aullaba.Ellamiraba sin ver.En los arrabales, la carne se enardece.Esta noche el pintorhablar.Si odos tuvieran, Dios santo,sabran lo que les va a pasar.

    Pintor: en el original alemn, Streicher, es decir, pintor de brocha gorda, uno delos primeros oficios de Hitler. (N. del T.)

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    Los dos hijos

    En enero de 1945, cuando la guerra de Hitler tocaba ya a su fin, unacampesina de Turingia so que su hijo la llamaba desde el campo de batalla.Ebria de sueo, sali al patio y crey ver al hijo bebiendo junto a la bomba deagua. Mas, al ir a dirigirle la palabra, se percat de que se trataba en realidad deuno de los prisioneros de guerra rusos que realizaban trabajos forzados en lagranja. Das ms tarde le sucedi a la campesina algo muy extrao. Acababa dellevarles la comida a los prisioneros, que se encontraban en un bosquecilloprximo ocupados en desenterrar tocones. Al iniciar el camino de regreso se leocurri mirar hacia atrs, y all estaba otra vez el muchacho un ser de aspecto

    enfermizo con el rostro vuelto hacia la escudilla de sopa que alguien le tendaen aquel momento. Y aquel rostro, que no pareca demostrar demasiadoentusiasmo, se transform de pronto en el de su propio hijo. Durante los dassiguientes se repitieron con mayor frecuencia aquellas visiones, en las que elrostro del muchacho se transfiguraba repentina y fugazmente en el del hijo dela campesina.

    Un da el prisionero cay enfermo y se qued tendido en el granero sinque nadie en la granja se ocupara de l. La mujer senta un creciente deseo dellevarle algo vivificante, pero se lo impeda su hermano, un invlido de guerraque estaba al frente de la granja y trataba con rudeza a los prisioneros, sobre

    todo en aquel momento en que las cosas empezaban a ir mal y el pueblocomenzaba a tener miedo de aquellos hombres. La misma granjera no podadesor los argumentos de su hermano; saba que no estaba bien ayudar aaquellos infrahombres de quienes se contaban las cosas ms espeluznantes.Viva temblando por lo que el enemigo pudiera hacerle a su hijo, que se hallabacombatiendo en el frente oriental. De modo que no haba llevado an a cabo sudbil propsito de ayudar a aquel prisionero totalmente desamparado, cuandouna noche sorprendi en la nevada huerta a un grupo de rusos que discutanacaloradamente. Estaba claro que se haban reunido all, desafiando el fro, paraevitar que los descubrieran. El muchacho estaba tambin presente en la reunin,

    estremecido por la fiebre, y tal vez fuese su estado de extrema debilidad lacausa de que se sobresaltara de aquel modo al verla aparecer. En el momentoms intenso de su sobresalto se produjo de nuevo la extraa transfiguracin delrostro del muchacho, de suerte que la granjera volvi a ver en l las facciones desu hijo, totalmente desencajadas por el terror.

    Aquella nueva visin la preocup seriamente, y aunque, encumplimiento de su deber, inform a su hermano de la conversacin que habasorprendido en la huerta, la granjera resolvi llevarle al prisionero la corteza detocino que para l haba preparado. La operacin como tantas buenasacciones llevadas a cabo en el Tercer Reich result ser extremadamente difcil

    y peligrosa. Tena en aquella empresa a su propio hermano por enemigo, y nisiquiera de los otros rusos poda estar segura. No obstante, todo le sali bien. Al

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    propio tiempo descubri que los prisioneros proyectaban realmente darse a lafuga, pues cada da que pasaba y conforme avanzaba el ejrcito rojo, creca paraellos el peligro de que los transportaran a un lugar ms al oeste todava, osimplemente de que los asesinaran. No pudiendo desatender ciertos deseos del

    joven prisionero, que le fueron formulados a base de gestos y de unas migajasde alemn, la granjera se vio poco a poco complicada en los planes de fuga. Lamujer les consigui una chaqueta y una cizalla. Extraamente, a partir de aquelmomento no volvi a repetirse la transfiguracin del rostro del joven ruso; lagranjera se limitaba a ayudar ahora a un extranjero. Grande fue, porconsiguiente, su sorpresa cuando una maana de finales de febrero llamaron ala ventana, y a travs del cristal, en la media luz del amanecer, apareci el rostrode su propio hijo. Esta vez no le caba duda alguna de que era l. Llevaba eluniforme de las SS hecho jirones, su batalln haba sido aniquilado, y con granexcitacin el muchacho comunic a su madre que los rusos se hallaban a pocoskilmetros de la aldea. Nadie deba enterarse de su regreso. En una especie deconsejo de guerra que celebraron la granjera, su hermano y el hijo en un rincndel desvn se lleg a la conclusin de que convena deshacerse cuanto antes delos prisioneros, pues era posible que hubiesen visto al hombre de las SS, y sobretodo porque era previsible que hiciesen alguna declaracin sobre el tratorecibido. Haba cerca de all una cantera. El hombre de las SS insista en queaquella misma noche deban sacarlos del granero uno a uno mediante el engaopara as eliminarlos. Luego podran ocultar sus cadveres en la cantera. Paramejor lograr su propsito se comenzara ofrecindoles a los rusos unas cuantasraciones de aguardiente. En opinin del hermano, esto no deba sorprenderlosdemasiado, pues ltimamente tanto l como los peones de la granja se habanmostrado sobremanera amables con los rusos, a quienes as trataban depredisponer favorablemente. Mientras elaboraban su plan, el joven SS pudoadvertir cmo su madre se echaba de pronto a temblar. Los hombres decidieronentonces mantenerla alejada del granero. Llena de pavor, la granjera aguard lanoche. Los rusos aceptaron el aguardiente que se les ofreca con visible gratitud,y la mujer los oy cantar, borrachos, sus melanclicas canciones. Mas cuando elhijo se present en el granero a eso de las once, los prisioneros ya no estaban.Haban fingido una borrachera: la forzada amabilidad de los ocupantes de lagranja haba servido para convencerles de que el ejrcito rojo andaba ya cerca.

    Cuando, bien entrada la noche, llegaron por fin los rusos, el hijo yaca en eldesvn, completamente borracho, mientras la pobre granjera, presa del pnico,trataba de quemar su uniforme de las SS. Como tambin su hermano habacogido una buena borrachera, la mujer no tuvo ms remedio que salirpersonalmente a recibir y dar de comer a los soldados rusos. Su rostro parecapetrificado. A la maana siguiente, los rusos se pusieron de nuevo en camino; elejrcito rojo prosegua su avance. Mientras tanto, el hijo, todo ojeroso, pedams aguardiente al tiempo que manifestaba su firme intencin de abrirse pasohasta los restos del ejrcito alemn, que ya se bata en retirada, para continuar elcombate. La granjera no se molest en persuadirle con buenas razones de que

    seguir luchando equivala al desastre total, sino que, desesperada, se arroj asus pies y trat de retenerle fsicamente. El muchacho la apart de en medio,

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    arrojndola violentamente sobre la paja. Al incorporarse, la mujer sinti en sumano una vara de carro. La asi con fuerza y golpe con ella a aquel demente.Aquella misma maana, una campesina lleg conduciendo su carreta a la aldeams prxima. All se present al comandante ruso para hacerle entrega de suhijo, al que traa atado de pies y manos. La mujer intent explicar a travs de unintrprete que lo entregaba como prisionero de guerra para salvarle la vida.

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    La casa en llamas

    (Parbola del Buda)

    Gautama, el Buda, enseabala doctrina de la rueda de los deseos, a la que estamos uncidos, y nos

    [recomendabarenunciar a cualquier apetencia para as, ya sin pasiones,hundirnos en la Nada, que l llamaba Nirvana.Un da sus discpulos le preguntaron:Cmo es esa Nada, maestro? Todos quisiramosliberarnos de nuestras ansias, segn recomiendas, mas dinos

    si esa Nada en la que entraramos es comparablea la unin con todo lo creado cuando al mediodayacemos en el agua sin sentir el pesodel cuerpo, indolentes, casi sin pensamientos. O cuandoen el lecho, apenas conscientes, tiramos de la sbanasegundos antes de hundirnos en el sueo; dinossi esa Nada de que hablas es una Nada radiante y buena o si esuna simple Nada; fra, vaca y sin sentido.Guard silencio el Buda largo rato; despus,con indiferencia, dijo:

    Ninguna respuesta hay para vuestra pregunta.Mas aquella misma noche, cuando se hubieron ido, a quieneshasta aquel momento no haban abierto la boca, refiri el Buda,sentado todava bajo el rbol del pan, la siguiente parbola:Vi no hace mucho una casa que arda. Las llamasdevoraban el tejado. Al acercarme advertque en su interior quedaba an gente. Fuia la puerta y les grit que el fuego llegaba ya al tejado y que debanpor tanto salir inmediatamente. Mas all nadiepareca tener prisa. Uno me pregunt,

    mientras le chamuscaba el fuego las dos cejas,qu tal tiempo haca fuera, si llova,si haca viento, si exista otra casay cosas por el estilo. Sin responder,sal de nuevo. Estos, pens, se abrasarn masseguirn preguntando. En verdad, amigos,a quienes el suelo que pisan, la planta de los pies no queme tanto

    Este poema, as como Ulm 1592, La cruzada de los nios, Preguntas de un obreroque lee y Leyendas en torno al origen del libro Tao-te-king, se ha publicado en versin de

    Jess Lpez Pacheco sobre la traduccin directa del alemn de Vicente Romano en Poemas ycanciones, LB 103, Alianza Editorial. En dicha versin Kalendergeschichten aparece traducidocomo Historias del Calendario. (N. del E.)

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    que sientan deseos de cambiarlo por otro cualquiera,nada tengo que decirles. As habl Gautama, el Buda.Pero tambin nosotros, que no cultivamos ya el arte de la tolerancia,que cultivamos ms bien el arte de la intolerancia, nosotros,que con consejos de ndole terrena incitamos al hombre a liberarse de sus

    [verdugos humanos,a quienes viendo acercarse las escuadrillas de bombarderos del

    [capitalismo siguen preguntndonoscmo concebimos esto, cmo nos imaginamos aquello,y qu ser de su hucha y de su pantaln de los domingos despus de una

    [revolucin,a sos, poco creemos tener que decirles.

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    El experimento

    La trayectoria pblica del gran Francis Bacon termin con una parbolaperfectamente ilustrativa de ese falaz refrn que dice: Quien mal anda, malacaba. Ocupaba el cargo de gran canciller cuando fue acusado de aceptarsobornos y encarcelado. Los aos en que fue lord canciller cuentan, con susejecuciones, sus concesiones de nocivos monopolios, sus detenciones arbitrariasy sus fallos judiciales impuestos desde arriba, entre los ms negros yvergonzosos de la historia de Inglaterra. Su fama mundial de humanista yfilsofo motiv el que, una vez desenmascarado y confeso, se diera publicidad asus delitos ms all de las fronteras del reino.

    Era ya un anciano cuando se le permiti salir de prisin y retirarse a sucasa de campo. Su cuerpo estaba debilitado por tantos esfuerzos como habagastado en arruinar a sus semejantes, as como por los sufrimientos que lehaban hecho pasar quienes, a su vez, provocaron su ruina. Pero tan prontocomo pis otra vez su casa, entregse de cuerpo y alma al estudio de lasciencias naturales. Puesto que haba fracasado en el gobierno de los hombres,ahora dedicaba las pocas fuerzas que le quedaban a investigar cmo poda lahumanidad dominar ms fcilmente las fuerzas de la naturaleza.

    Sus investigaciones, referidas siempre a cosas tiles, le obligaban a trocarde vez en cuando su estudio por los campos, los jardines y los establos de su

    hacienda. Pasaba horas enteras hablando con los jardineros sobre la posibilidadde mejorar mediante injerto los frutales, o bien daba instrucciones a las criadassobre cmo medir la produccin lechera de cada una de las vacas. En medio deestas actividades, le llam la atencin un mozo de cuadra. Haba enfermado uncaballo muy valioso, y el mozo informaba al filsofo dos veces al da acerca delestado del animal. El tesn y las grandes dotes de observacin del muchachoentusiasmaron al anciano.

    Una noche, sin embargo, al entrar en el establo vio junto al muchacho auna vieja, a la que oy decir:

    Es un hombre malo; ten cuidado con l. Aunque sea un gran seor y

    tenga montones de dinero, es un hombre malo. l te da de comer: haz, pues,con esmero lo que te ordene, pero no olvides nunca que es un hombre malo.El filsofo, sin detenerse siquiera a escuchar la respuesta del mozo, diose

    media vuelta y regres presto a casa. A la maana siguiente pudo comprobar,sin embargo, que el muchacho no haba cambiado de actitud hacia su persona.

    Cuando hubo sanado el caballo, el anciano filsofo comenz a hacerseacompaar del joven en muchos de sus paseos e incluso confi al muchachopequeas tareas. Poco a poco fue acostumbrndose a hablar con l de algunosde sus experimentos. Para ello, el filsofo no escoga en absoluto aquellaspalabras que los adultos en general consideran adecuadas al nivel de

    comprensin de un nio, sino que le hablaba como a una persona instruida.Durante toda su vida haba alternado con las mentes ms brillantes, y muy

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    pocas veces se le haba comprendido, no porque fuera poco claro, sinoprecisamente por serlo en exceso. El anciano no se preocupaba, pues, por lasdificultades del muchacho, aunque, eso s, le correga pacientemente cada vezque trataba de utilizar palabras nuevas para l.

    El ejercicio fundamental del mozo consista en describir las cosas que veay los fenmenos que observaba a su alrededor. El filsofo le enseaba cuntaspalabras haba y cuntas de esas palabras se necesitaban para describir elcomportamiento de tal o cual objeto de modo que resultara reconocible por ladescripcin que de l se haca y, sobre todo, que pudiera ser tratado sobre labase de esa descripcin. Existan tambin ciertas palabras que convena evitar,pues en el fondo no queran decir nada: palabras como bueno, malo,bonito, etctera.

    El joven pronto comprendi que apenas tena sentido calificar de feo aun escarabajo. Ni siquiera rpido bastaba como calificativo, pues haca faltaprecisar a qu velocidad se mova en comparacin con otros seres de su mismotamao, amn de establecer qu le permita esa rapidez. Haba que colocarlosobre una superficie accidentada y a continuacin sobre otra plana, y hacerruidos que lo movieran a huir, o bien colocarle pequeos cebos para atraerle.Conforme uno se acostumbraba al bicho, iba perdiendo ste su fealdad. Encierta ocasin, el filsofo pidi al muchacho que describiera el trozo de pan quetena en aquel momento en la mano.

    En este caso puedes emplear sin miedo la palabra bueno le explicel anciano, pues el pan se ha hecho para que el hombre lo coma y puede serbueno o malo para l. Por el contrario, cuando se trata de cosas de mayortamao, pertenecientes al reino de la naturaleza, pero que no han sido creadascon una finalidad precisa y mucho menos pensando en el provecho de loshombres, resulta absurdo contentarse con palabras como sas.

    El muchacho record en ese momento lo que le haba dicho su abuelaacerca de milord.

    Haca el mozo rpidos progresos en punto a comprensin, pues todo loque haba que entender por ejemplo, que el caballo haba sanado gracias a losremedios empleados o que un rbol pereca por culpa de otros supuestosremedios se reduca a cosas tangibles. Igualmente, comprenda el muchachoque siempre deba quedar una duda razonable respecto a si las

    transformaciones observadas se deban realmente al empleo de tal o cualmtodo. Si bien el mozo apenas alcanzaba a comprender la importanciacientfica de las teoras del gran Bacon, le entusiasmaba, en cambio, la evidenteutilidad de aquellas empresas.

    l entenda as al filsofo: Haba comenzado para el mundo una nuevaera. La humanidad acumulaba nuevos conocimientos casi diariamente. Y todaesa ciencia contribua al bienestar y la felicidad terrena. La ciencia marchabaahora a la cabeza. Estudiaba la ciencia, el universo, todo lo que existe sobre latierra: plantas, animales, suelo, agua, aire, para sacar de todo ello el mximoprovecho. Lo importante no era ya lo que uno crea, sino lo que se saba. Se

    crean demasiadas cosas, y eran muy pocas las que se saban con certeza. Poreso era preciso someterlo todo personalmente a examen, y no hablar ms que

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    de lo que uno poda ver con sus propios ojos y poda adems resultarprovechoso.

    Era sa la nueva doctrina, y era cada vez mayor el nmero de personasque la seguan, entusiasmadas y dispuestas a llevar a cabo las nuevas tareas.

    Los libros desempeaban un papel importante en aquella grandiosaempresa, aun cuando no todos ellos fuesen buenos. El muchacho comprendaperfectamente que deba acercarse a los libros si es que quera contarse algnda entre aquellos pioneros del saber.

    Naturalmente, jams se le permiti el acceso a la biblioteca de la casa.Esperaba siempre a milord frente a los establos. A lo ms que lleg en ciertaocasin fue a entrar en el parque para hacerse all el encontradizo con elanciano, y si recurri a eso fue porque el filsofo llevaba ya varios das sinaparecer por los establos. Mas su curiosidad por aquel pequeo estudio en elque todas las noches arda una lmpara hasta muy tarde iba en aumento. Desdeun seto que haba frente al cuarto del filsofo pudo un da el muchacho echarun vistazo a las estanteras de libros.

    Por fin decidi aprender a leer. No era aqulla en absoluto una empresafcil. El prroco, a quien comunic su deseo, le mir como a un bicho raro.

    Pretendes acaso leer a las vacas el Evangelio del Seor? le preguntmalhumorado, y el muchacho pudo darse por satisfecho con salir de all sin unabofetada.

    No le qued, pues, ms remedio que elegir otro camino. En la sacrista dela iglesia haba un misal. Mas all tan slo lograra entrar si se ofreca comocampanero. Con tal de averiguar cules eran los pasajes que el cura cantabadurante la misa, deba ser posible hallar una relacin entre las palabras y lasletras. En cualquier caso, el mozo comenz a aprenderse de memoria laspalabras latinas que oa cantar al cura: si no todas, por lo menos algunas. Lomalo era que ste no pronunciaba con demasiada claridad y que, adems,muchas veces ni siquiera lea la misa.

    Con todo y eso, al cabo de algn tiempo el chico era ya capaz de entonarpor su cuenta algn que otro comienzo de plegaria. Un da le sorprendi elcaballerizo mientras ensayaba detrs del pajar, y le dio una buena tunda porparodiar al cura. La bofetada lleg a su destino, despus de todo.

    An no haba logrado averiguar a qu partes del misal correspondan las

    palabras que cantaba el prroco, cuando una gran catstrofe vino a interrumpirsus esfuerzos por aprender a leer. Milord cay gravemente enfermo.Haba estado achacoso durante todo el otoo y no haba tenido an

    tiempo de recuperarse cuando, aquel invierno, emprendi un viaje en trineoabierto con el fin de visitar una hacienda situada a varias millas de distancia. Elmuchacho, que haba recibido permiso para acompaarle, iba de pie sobre elpatn, junto al pescante.

    Cuando, tras acabar la visita, volva el anciano con paso torpe al trineoacompaado del anfitrin, vio en medio del camino un gorrin helado.Detvose y con la punta del bastn dio la vuelta al pajarillo.

    El muchacho, que trotaba tras ellos cargado con un botelln de aguacaliente, oy cmo milord preguntaba al dueo de la casa:

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    Cunto calculis que lleva ah tieso?La respuesta fue:Lo mismo puede llevar una hora que una semana o ms.El anciano continu su marcha pensativo y se despidi luego

    distradamente de su anfitrin.La carne sigue estando fresca, Dick dijo, volvindose al muchacho,

    cuando el trineo se hubo puesto en marcha.Hicieron el ltimo trecho a bastante velocidad, pues ya la noche

    comenzaba a descender sobre los campos nevados y el fro era cada vez msintenso. As fue cmo al atravesar el portn de la granja atropellaron a unagallina que se haba escapado, al parecer, de los corrales. El anciano observ losesfuerzos del cochero por evitar a la gallina, que revoloteaba torpemente, ymand parar cuando vio que la maniobra haba fracasado.

    Tras liberarse con dificultad de las mantas y pieles que le cubran, se apedel trineo y, apoyndose en el muchacho, camin hasta el lugar donde yaca elave, sin hacer caso de las advertencias del cochero sobre el peligro que corracon el fro.

    La gallina estaba muerta.El anciano orden al muchacho que la recogiera.Scale las entraas le indic.Por qu no lo hacemos en la cocina? pregunt el cochero, que tema

    que su amo no resistiese, achacoso como estaba, aquel viento tan fro.No, es mejor aqu respondi ste. Dick debe llevar encima un

    cuchillo, y necesitamos nieve.El muchacho hizo lo que se le ordenaba, y el anciano, que aparentemente

    haba olvidado su enfermedad y el fro reinante, se agach y recogi conesfuerzo un puado de nieve. Cuidadosamente rellen entonces con nieve elinterior de la gallina.

    El muchacho por fin comprendi. Tambin l recogi nieve y se laentreg a su maestro para que pudiera rellenar debidamente la gallina,

    As se mantendr fresca durante semanas explic, entusiasmado, elanciano. Colcala sobre las baldosas del stano!

    El viejo Bacon recorri a pie el breve camino que los separaba de lapuerta de entrada. Pareca un tanto agotado y, al caminar, se apoyaba

    fuertemente en el muchacho, que llevaba bajo el brazo la gallina rellena denieve.Al entrar en el vestbulo sinti un fuerte escalofro. A la maana

    siguiente, el anciano guardaba cama, aquejado de fuerte fiebre. El muchachoestuvo rondando, preocupado, la casa de su maestro, tratando de averiguaralgo sobre su estado de salud. De muy poco pudo, sin embargo, enterarse; en lahacienda, la vida continuaba como si tal cosa. Slo al tercer da se produjo unanovedad: llamaron al muchacho al estudio.

    El anciano estaba acostado en un catre de madera, cubierto por milmantas, pero las ventanas permanecan abiertas, de modo que haca fro dentro

    del cuarto. Sin embargo, el enfermo pareca estar ardiendo. Con voz temblorosapregunt al muchacho por el estado de la gallina que haban rellenado de nieve.

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    El mozo replic que segua tan fresca como al principio.Estupendo exclam el anciano, satisfecho. Vulveme a informar

    dentro de dos das!Mientras sala de la habitacin, el muchacho lament no haber trado

    consigo la gallina. El anciano no pareca estar tan grave como aseguraba laservidumbre.

    Renovaba el mozo la nieve dos veces por da, por lo que la gallinacontinuaba en perfecto estado cuando se encamin aqul nuevamente a lahabitacin del enfermo.

    Esta vez tropez con obstculos totalmente imprevistos.Haban llegado varios mdicos de la capital. El pasillo vibraba de

    susurros imperativos y sumisos, y abundaban por todas partes los rostrosdesconocidos. Un sirviente que entraba en el cuarto del enfermo con unabandeja cubierta por un amplio pao le indic bruscamente que se largara.

    Durante la maana y parte de la tarde el mozo hizo varios intentos, todosellos vanos, por entrar en la habitacin de su maestro enfermo. Los mdicosparecan querer establecer all su residencia. Al muchacho, aquellos individuosse le antojaban negros pajarracos dispuestos a lanzarse sobre un pobre ancianoindefenso. Al anochecer, Dick se escondi en un tabuco junto al pasillo, en elque haca muchsimo fro. Aunque no dejaba de tiritar, el muchacho se dio porsatisfecho, pues aquella temperatura favoreca el experimento, ya que erapreciso que la gallina se mantuviera helada.

    A la hora de la cena remiti un poco la marea negra, y el muchacho pudocolarse en la habitacin.

    El enfermo estaba solo; todos se haban ido a comer. Junto al catre habauna lmpara de cabecera con pantalla verde. El rostro del anciano aparecaextraamente contrado y plido como la cera. Tena el enfermo los ojoscerrados, pero sus manos se agitaban nerviosas sobre la tiesa manta. Haca en lahabitacin un calor excesivo; haban cerrado todas las ventanas.

    El muchacho se acerc al lecho, mostrando con gesto convulso la gallinay repitiendo en voz queda:

    Milord... milord.No obtuvo respuesta. El anciano no pareca dormir, sin embargo; mova

    los labios de cuando en cuando como si hablara. El muchacho decidi llamar su

    atencin, firmemente convencido como estaba de la necesidad de recibir nuevasinstrucciones en relacin con el experimento. Pero antes de que pudiera tirar dela manta, cuando ya haba depositado sobre una silla la caja que contena lagallina, sinti que le asan por detrs y le apartaban violentamente del lecho.Quien le haba agarrado era un tipo gordo de rostro gris, que se le quedmirando como si tuviera delante a un asesino. Sin perder un instante laserenidad, el muchacho logr zafarse de las garras de aquel hombre y, dandoun salto, recuper la caja con la gallina para salir de naja por la puerta.

    Mientras atravesaba el pasillo parecile que le haba visto el mayordomosegundo, que suba en aquel instante la escalera. Aquello era grave. Cmo

    demostrar que haba acudido a la casa cumpliendo slo una orden de milord,con quien estaba colaborando en un importante experimento? El anciano estaba

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    totalmente en poder de los mdicos; el hecho de que todas las ventanas de sucuarto permanecieran cerradas era prueba ms que suficiente.

    Como se tema, no tard en ver a uno de los sirvientes cruzar el patio endireccin al establo. Renunci, pues, a su cena y tras dejar la gallina otra vezen el stano se escondi en la parte del establo donde se guardaba el forraje.

    No pudo dormir tranquilo, preocupado como estaba por la posibilidadde verse envuelto en algn lo con la justicia. A la maana siguiente, no singrandes titubeos, dej su escondite.

    Sin embargo, nadie se fij en l. Reinaba en la hacienda un gran ajetreo.Milord haba muerto al amanecer.

    El muchacho anduvo todo el da de un lado para otro, como aturdido.Tena la sensacin de que no iba a poder soportar aquella prdida. Cuandoaquella tarde descendi al stano con una fuente llena de nieve, su dolor por ladesaparicin del anciano se troc en afliccin por el experimento interrumpido.Y el muchacho llor amargamente sobre la caja que contena la gallina. Qusera del gran descubrimiento?

    Al regresar a la casa de su amo senta los pies tan pesados que sevolvi para mirar sus huellas en la nieve, pensando que seran ms profundasque lo habitual pudo comprobar que los mdicos londinenses no se habanmarchado an. Sus coches continuaban all. Venciendo la repugnancia que leinspiraba la idea, el muchacho resolvi comunicarles el descubrimiento. Eranhombres de ciencia y reconoceran la trascendencia del experimento. Fue abuscar la caja donde tena la gallina congelada y se escondi detrs del pozohasta que vio pasar a uno de aquellos seores, un individuo rechoncho y deaspecto no demasiado temible. El muchacho se le acerc y le mostr su caja. Alprincipio, por ms que se esforzaba, no le sala la voz, pero por fin consiguiexponer el caso con frases un tanto incoherentes.

    Milord la encontr muerta hace seis das, excelencia. La rellenamos denieve. Milord pens que as lograra conservarse fresca. Comprubelo ustedmismo! Se conserva como al principio.

    El hombrecillo mir asombrado dentro de la caja.Y qu ms? pregunt.No se ha descompuesto replic el muchacho.Aj exclam el hombrecillo.

    Examnelo usted mismo le inst el muchacho.Ya lo veo contest el hombrecillo meneando la cabeza. Y con esemovimiento de cabeza se alej.

    El muchacho le sigui con la vista, completamente desilusionado. Nopoda comprender al hombrecillo. Acaso milord no haba muerto por apearsedel trineo y exponerse al fro para llevar a cabo aquel experimento? Inclusohaba recogido la nieve con sus propias manos. Aqulla era la realidad.

    El mozo regres con paso lento hacia la puerta del stano, pero antes dellegar se detuvo, gir rpidamente sobre sus talones y ech a correr en direccina la cocina.

    Encontr al cocinero muy ocupado, pues se esperaba la visita de algunosvecinos de la comarca que deseaban expresar su psame personalmente.

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    Qu quieres hacer con esa ave? gru el cocinero. Est congelada.No importa replic el muchacho, milord dijo que no importaba.El cocinero le mir distrado un instante; despus se dirigi torpemente

    hacia la puerta con una gran sartn en la mano y la intencin evidente dearrojar algunos desperdicios. El muchacho le sigui tenaz con su caja en lasmanos.

    Por qu no probamos? suplic.Al cocinero se le haba agotado la paciencia. Agarr la gallina con sus

    poderosas manos y la arroj al centro del patio,No tienes otra cosa en qu pensar? bram. Es que no sabes que

    milord ha muerto?Indignado, el muchacho recogi la gallina y se alej de all.Los dos das siguientes estuvieron dedicados casi exclusivamente a las

    ceremonias fnebres. El mozo estuvo muy atareado unciendo y desunciendocaballos. Cada noche, sin embargo, introduca nieve fresca en la caja de lagallina antes de acostarse. Dorma, adems, con un ojo abierto. Todas lasesperanzas parecan haberse desvanecido de pronto; la nueva era haba tocadoprematuramente a su fin.

    Pero al tercer da, el del sepelio, bien lavado y con sus mejores galas, elmuchacho sinti renacer su optimismo. Era un hermoso y sereno da deinvierno, y desde el pueblo llegaba el taido de las campanas.

    Lleno de nuevas esperanzas, se dirigi al stano y examin larga yminuciosamente la gallina muerta. No encontr huella alguna dedescomposicin. Con sumo cuidado la introdujo nuevamente en la caja, querellen con blanqusima y pura nieve. Tom entonces la caja bajo el brazo y seencamin al pueblo.

    Silbando de alegra, entr el muchacho en la pequea cocina de suabuela. La anciana le haba criado, pues haba quedado hurfano de muypequeo, y el chico confiaba en ella. Sin mostrarle el contenido de la caja, lehabl del experimento de milord, mientras ella se vesta para el entierro.

    Su abuela le escuch con paciencia.Pero eso lo saben todos respondi cuando su nieto hubo

    terminado. Se ponen rgidos con el fro y se conservan algn tiempo. Quhay de especial en ello?

    Creo que nos la podemos comer todava contest el muchacho,fingiendo indiferencia.Comerse una gallina que lleva ya muerta una semana? No

    comprendes que es veneno?Por qu, si no ha cambiado desde que muri? Y si muri fue porque la

    atropell el coche de milord, pero estaba sana.Pero y por dentro? Por dentro est descompuesta! contest la

    anciana, perdiendo un poco la paciencia.No creo insisti el muchacho mientras clavaba sus ojos claros en la

    gallina. La mantuvimos rellena de nieve todo el tiempo. Creo que la voy a

    cocinar.La anciana se enfad muchsimo.

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    T vienes al entierro le dijo en tono perentorio. Creo que milordhizo por ti lo suficiente como para que te dignes acompaar su fretro comocorresponde.

    El muchacho no respondi. Mientras su abuela se ataba un pauelo denegra lana a la cabeza, extrajo el muchacho la gallina de la nieve, la sacudi bieny la coloc junto al horno, sobre los leos. Era preciso descongelarla.

    La anciana ya no le miraba. Cuando estuvo lista, le tom de la mano y lesac de all con determinacin.

    El muchacho la sigui sumiso durante un rato. Hombres y mujeres sedirigan como ellos al entierro. De pronto, el nieto solt un grito de dolor. Habametido un pie en un bache disimulado por la nieve. Con el rostro crispado logrpor fin extraer el pie, y fue cojeando hasta una piedra, sobre la cual se sent.

    Me lo he torcido dijo mientras se restregaba el tobillo. La anciana lemir desconfiada.

    Puedes andar perfectamente le dijo.No, rezong el muchacho. Pero si no me crees, sintate aqu a mi lado

    hasta que pase el dolor.La abuela se sent junto a l sin pronunciar palabra.Transcurri un cuarto de hora. Seguan pasando por delante vecinos del

    pueblo, aunque cada vez en menor nmero. Abuela y nieto permanecanacurrucados al borde del camino.

    Por fin la anciana habl seriamente:No te ense tu amo a no mentir?Ante el silencio obstinado del muchacho, la anciana se levant con un

    suspiro. No aguantaba ms el fro.Si no me sigues dentro de diez minutos le amenaz se lo contar a

    tu hermano para que te d una buena paliza.Dicho esto, se alej renqueante, aunque apretando al mismo tiempo el

    paso, pues no quera perderse la oracin fnebre.El muchacho esper hasta que se hubo alejado lo suficiente. Luego se

    puso lentamente en pie y ech a andar en la direccin contraria. Seguacojeando y a cada momento se volva a mirar. Slo cuando hubo rebasado unseto y se dio cuenta de que la anciana ya no poda verle, volvi a adoptar elpaso normal.

    Al llegar a la choza se sent junto a la gallina y se puso a mirarla lleno deesperanza. La pondra a hervir y se comera un ala; as comprobara si era o novenenosa.

    Segua sentado en el mismo sitio cuando se oyeron tres salvas deartillera. Las disparaban en honor de Francis Bacon, barn de Verulam,vizconde de St. Albans, ex canciller de Inglaterra, que haba sembrado el miedoen no pocos de sus coetneos, pero que, al mismo tiempo, haba fomentado enotros muchos el entusiasmo por las ciencias tiles.

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    Ulm 1592

    Obispo, puedo volarle dijo el sastre al obispo.Vers qu bien se me da.Y se subi con dos trastosque a alas asemejaban,decidido, al campanario.Todo eso es falsedaddijo del sastre el obispo.El hombre no naci pjaro.

    Jams lograr volar.El pequeo sastre ha muertodijo la gente al obispo.Fue una locura. Las alas,al caer, se le quebraron.Y se estrell contra el duro,duro suelo de la plaza.

    Que repiquen las campanas,todo era falsedaddijo el obispo a su pueblo.El hombre no naci pjaro,

    jams lograr volar.

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    El manto del hereje

    Giordano Bruno, el nolano, a quien, en el ao 1600, las autoridadesromanas de la Inquisicin enviaron a la hoguera por hereja, est consideradogeneralmente como un gran hombre, no slo por sus audaces hiptesis posteriormente verificadas sobre los movimientos de los astros, sino tambingracias a su valiente postura frente al tribunal de la Inquisicin, al cual dijo:

    Es mayor tal vez el miedo que sents al pronunciar vuestra sentenciaque el mo al escucharla.

    Si se leen sus escritos y se consultan los informes existentes sobre suactuacin pblica, se convendr en atribuirle grandeza como hombre. Y sin

    embargo hay una historia con l relacionada que puede contribuir a aumentar,si cabe, nuestra admiracin por el nolano.Es la historia de su manto.Es preciso saber cmo cay Bruno en manos de la Inquisicin.Un patricio veneciano, un tal Mocnigo, invit al sabio a su casa para que

    le instruyera en la fsica y la mnemotecnia. A cambio de darle alojamiento ycomida durante un par de meses, recibi aquel patricio las leccionesconvenidas. Mas en lugar de ensearle los secretos de la magia negra, comoaqul deseaba, el nolano tan slo le dio lecciones de fsica. El patricio se mostrmuy disgustado por lo que l consideraba un fraude, ya que la fsica de nada le

    serva. Por eso comenzaron a pesarle los gastos derivados de la manutencin desu husped. Varias veces le exhort seriamente a que se decidiera de una vez acomunicarle los secretos y lucrativos conocimientos que un hombre de su famadeba, sin duda, poseer, y al ver que nada consegua, decidi denunciarle porcarta a la Inquisicin. Escribi en su carta que aquel hombre perverso ydesagradecido haba hablado mal de Jesucristo en su presencia y haba dichoque los monjes eran unos asnos que se dedicaban a atontar al pueblo, y que, porsi fuera poco, haba osado afirmar, en contra de lo que dice la Biblia, que noexista slo un sol, sino incontables soles, etctera, etctera. Por todo lo cual, l,Mocnigo, le haba encerrado en el stano de su casa y rogaba al tribunal que

    enviara por l a algn funcionario lo antes posible.Los funcionarios de la Inquisicin se presentaron en casa del patricio unlunes por la madrugada y condujeron al sabio a una de las mazmorras de lasacra institucin.

    El hecho ocurri en la noche del domingo al lunes 25 de mayo de 1592, alas tres de la madrugada, y desde entonces hasta el da en que subi a lahoguera, el 17 de febrero de 1600, no volvi el nolano a ver la calle.

    Durante los ocho aos que dur el terrible proceso, Giordano Brunoluch sin desmayo por su vida, pero quiz el combate ms desesperado detodos fue el que libr el primer ao en Venecia para evitar que le entregaran a

    las autoridades de Roma.A este perodo corresponde precisamente la historia del manto.

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    En el invierno de 1592, cuando an se hospedaba en un hotel, encarg aun sastre llamado Gabriele Zunto que le cortara un grueso manto. An no habapagado la prenda cuando fue detenido.

    Al enterarse de su detencin, corri el sastre a casa del seor Mocnigo,en las cercanas de San Samuel, para presentar su factura. No lleg a tiempo. Unsirviente de aquella casa le seal la puerta.

    Ya hemos gastado bastante en ese estafador le grit desde el umbral,y al or aquellas voces algunos transentes volvieron la cabeza. Dirigos altribunal del Santo Oficio y explicadles que tenis trato con ese hereje.

    El sastre qued paralizado por el terror. Haban odo aquello unosgolfillos que jugaban en la calle, y uno de ellos, un rapaz todo lleno de granos yde aspecto harapiento, le arroj una piedra. Una mujer pobremente vestida quesali de un portal propin a aquel pillo un buen sopapo, pero Zunto, que era yaviejo, comprendi claramente que era peligroso ser considerado como alguienque tena trato con el hereje. Dobl rpidamente la esquina no sin mirarvarias veces, atemorizado, en torno suyo y, tras dar un largo rodeo, lleg por fina su casa. Nada dijo a su mujer de su infortunio, por lo que sta se pas todauna semana preguntndose cul sera la causa de la depresin del marido.

    Pero el primero de junio, al repasar las cuentas, descubri que haba unmanto sin pagar y que el cliente era un individuo cuyo nombre estaba en labiosde todos. En efecto, aquellos das no se hablaba en la ciudad ms que delnolano. Corran los ms horripilantes rumores acerca de su perversidad. Noslo haba echado pestes del matrimonio tanto en libros como enconversaciones, sino que haba motejado de charlatn al mismo Jesucristo yhaba llegado a afirmar los mayores disparates acerca del sol. No era, pues,impropio de un hombre de esa calaa el dejar a deber un manto. Sin embargo,la buena mujer no tena la menor intencin de tolerar aquello. Despus de unaviolenta discusin con su marido, psose la ya septuagenaria mujer sus mejoresgalas y se encamin al tribunal del Santo Oficio, donde exigi, con cara depocos amigos, el pago de los treinta y dos escudos que le adeudaba el hereje allencarcelado.

    El funcionario que la atendi tom nota de su peticin y le prometiinvestigar el asunto.

    Pocos das despus recibi Zunto una citacin, y se present temblando

    en el temido edificio. Con gran sorpresa suya, no le tomaron declaracin, sinoque le comunicaron que se tendra presente su peticin a la hora de examinarlas cuentas pendientes del detenido. De todas formas el funcionario le advirtique no se hiciese demasiadas ilusiones.

    El anciano qued tan contento de haber salido tan bien librado de aquelloque agradeci con humildad la gestin. Su mujer no era, sin embargo, tan fcilde contentar. No le bastaba que, para compensar la prdida, su maridorenunciara a su copita de todas las noches y se tirara cosiendo casi hasta lamadrugada. Haba deudas con el paero que era preciso pagar. La sastravociferaba en la cocina y en el patio que era una vergenza encerrar a un

    delincuente antes de que hubiera pagado sus deudas, y que, si no quedaba msremedio, ira a Roma a ver al Santo Padre para recuperar sus treinta y dos

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    escudos.En la hoguera no necesitar ningn manto gritaba.Refiri la mujer a su confesor lo que les pasaba; ste le aconsej que

    reclamara por lo menos el manto. La anciana consider ese consejo como unreconocimiento de su derecho por parte de una instancia eclesistica e insistien que no le bastaba con que se le restituyese el abrigo, puesto que sin dudaestara ya usado, y, adems, era hecho a medida. Ella quera el dinero. Comolevantara un poco la voz en medio de su indignacin, el sacerdote la ech deall. Esto la hizo entrar un poco en razn, y durante unas semanas la mujer seestuvo tranquila. De la sede del tribunal de la Inquisicin no llegaban msnoticias del hereje. Sin embargo, se rumoreaba por todas partes que en cadainterrogatorio salan a relucir las acciones ms escandalosas. Con autnticaavidez prestaba odos la sastra a todos aquellos chismes. Era una tortura paraella enterarse de que el asunto del hereje iba tan mal. Nunca sera puesto enlibertad y jams pagara sus deudas. Ya no dorma siquiera por las noches, ycuando llegaron los calores de agosto, la anciana perdi totalmente el control desus nervios y comenz a dar rienda suelta a su lengua, exponiendo su queja lomismo en las tiendas donde compraba que a cuantos clientes acudan aprobarse a la sastrera. A unos y otros aseguraba que los padres cometan unpecado rechazando con tanta indiferencia la demanda de un modesto artesano.Los impuestos eran agobiantes, y el pan haba vuelto a subir ltimamente.

    Una maana, un funcionario del Santo Oficio la condujo al edificio de laInquisicin, donde, tras amonestarla seriamente, le advirtieron que renunciase asus maledicencias. Tras preguntarle si no le daba vergenza poner en solfa a lasagrada institucin por unos miserables escudos, le dieron a entender quedisponan de toda clase de medios para ocuparse de gente de su calaa.

    Aquella reprimenda le bast por algn tiempo, aunque cada vez querecordaba la expresin por unos miserables escudos en boca de aquelhermano gordinfln, enrojeca de clera. Mas en septiembre lleg la noticia deque el Gran Inquisidor de Roma haba solicitado oficialmente la extradicin delnolano. El asunto se estaba ya debatiendo en la Signoria.

    Los ciudadanos discutan acaloradamente la peticin del Alto Tribunalde Roma, y en general, el pueblo se opona a la extradicin. Los gremios noqueran reconocer la potestad de ningn tribunal romano. La sastra estaba fuera

    de s. Es que iban a permitir que ese hereje saliera para Roma sin haber saldadoantes sus deudas? Era el colmo. No bien hubo odo la increble noticia cuando,sin molestarse siquiera en cambiarse de ropa, ech a correr hacia la sede de laInquisicin.

    Esta vez la recibi un funcionario ms importante, quien,sorprendentemente, la trat con mayor amabilidad que los anteriores. Tena elhombre casi la misma edad que ella y escuch sus quejas con paciencia yatencin.

    Cuando la sastra hubo terminado, el viejo funcionario le pregunt, trasuna breve pausa, si deseaba hablar con Bruno.

    Ella acept en el acto, y as se fij una entrevista para el prximo da. A lamaana siguiente, en un minsculo cuartucho con ventanas enrejadas, la mujer

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    se encontr frente a frente con un hombrecillo de rostro enjuto y oscura y ralabarba que le pregunt amablemente qu deseaba de l.

    La anciana haba visto a aquel hombre en la sastrera durante las pruebas,y haba tenido presente su rostro todo el tiempo; sin embargo, esta vez le costalgn trabajo reconocerle. La tensin de los interrogatorios deban de haberledesfigurado el semblante.

    La mujer habl apresuradamente:El manto. No lo habis pagado.l se la qued mirando sorprendido unos segundos. Cuando por fin cay

    en la cuenta, le pregunt en voz baja:Cunto os debo?Treinta y dos escudos, respondi la sastra, acaso no recibisteis la

    factura?El prisionero se volvi hacia el funcionario alto y gordo que asista a la

    entrevista para preguntarle si saba cunto dinero se haba depositado junto consus dems pertenencias en aquel edificio. El hombre lo ignoraba, pero prometiaveriguarlo.

    Cmo est vuestro marido? pregunt el nolano, dirigindosenuevamente a la sastra, como si el asunto estuviese ya prcticamentesolucionado y las relaciones hubiesen vuelto a la normalidad, por lo que aquellavisita cobraba un carcter totalmente distinto.

    Desconcertada por tanta amabilidad, la mujer murmur que estaba bien,e incluso aadi algo en relacin con el reuma que sufra. La sastra dej, sinembargo, pasar dos das antes de volver a la sede del Santo Oficio, pues lepareci conveniente concederle un plazo al prisionero para que hiciese susaveriguaciones.

    Tambin esta vez se le permiti hablar con el nolano, aun cuando hubode esperar en la celda ms de una hora, pues el prisionero estaba siendosometido a interrogatorio.

    Cuando por fin lleg pareca muy agotado. Como no haba silla, se apoyligeramente contra la pared. Sin embargo, en seguida fue al grano.

    Con voz muy dbil le explic que, desgraciadamente, no poda pagarle elmanto. Entre sus cosas no se haba encontrado dinero en efectivo; pero la mujerno deba renunciar, sin embargo, a todas sus esperanzas. Haba estado

    meditando sobre el asunto y se haba acordado de que un editor de la ciudad deFrancfort, que le haba publicado haca tiempo algunos libros, deba de tenertodava dinero suyo. Escribira a ese hombre si se lo autorizaban. Maana sinfalta solicitara el permiso. Le haba dado la impresin, durante elinterrogatorio, de que hoy el ambiente no era demasiado favorable, por lo que,temiendo echarlo todo a perder, no haba hecho ninguna gestin.

    Mientras hablaba, la anciana le miraba con sus ojos penetrantes. De sobraconoca los pretextos y subterfugios de los deudores morosos. No sepreocupaban ni lo ms mnimo de sus obligaciones, y luego, cuando se lespresionaba, fingan remover cielo y tierra.

    Por qu encargasteis un manto si no tenais dinero con qu pagarlo?pregunt la mujer secamente.

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    El prisionero asinti con la cabeza como para demostrarle que entenda loque quera decir. Luego respondi:

    Siempre gan dinero con mis libros y mis lecciones. Y pens queseguira ganndolo. En cuanto al manto, cre que iba a necesitarlo, pues no meimaginaba esto.

    Lo dijo sin la ms mnima amargura, como si slo pretendiese no dejar ala anciana sin respuesta.

    La sastra volvi a mirarle de arriba abajo con ojos de ira, pero al mismotiempo con la sensacin de no llegar a comprenderle. Y sin decir palabra diomedia vuelta y sali precipitadamente de aquel cuartucho.

    Quin va a enviar dinero a un hombre procesado por la Inquisicin?coment aquella noche en la cama a su marido, llena de indignacin. Aunqueel sastre estaba ya tranquilo con respecto a la actitud de las autoridadeseclesisticas para con l, desaprobaba los incansables esfuerzos de su mujer porobtener el dinero adeudado.

    Tiene cosas ms importantes en qu pensar gru.La sastra no dijo nada ms.Pasaron varios meses sin que se produjera ninguna novedad en el

    dichoso proceso. A principios de enero se dijo, sin embargo, que la Signoriaestaba considerando la posibilidad de acceder a la peticin de extradicinformulada por el Vaticano en relacin con el hereje. Fue entonces cuando lleguna nueva citacin del Santo Oficio para el matrimonio Zunto.

    En la citacin no se especificaba la hora a la que deban presentarse, y lasastra se person en el edificio de la Inquisicin despus de comer. Lleg en unmal momento. El prisionero esperaba la visita del procurador de la Repblicade quien la Signoria haba solicitado un dictamen sobre el asunto de laextradicin. Recibi a la anciana el alto funcionario que le haba gestionado laprimera entrevista con el nolano, quien le inform que el prisionero habaexpresado su deseo de hablar con ella. Al mismo tiempo, le rog considerara siaqul era un momento apropiado, puesto que Bruno estaba pendiente de unaconversacin de la mxima trascendencia. La mujer contest que no haba msque preguntrselo al interesado.

    Se envi, pues, a realizar aquella consulta a un empleado subalterno deltribunal, quien volvi al poco tiempo acompaado del prisionero. La entrevista

    tuvo lugar en presencia del alto funcionario.Nada ms entrar, el nolano obsequi a su visitante con una sonrisa, peroantes de que pudiera abrir la boca la mujer le espet:

    Por qu os comportis de ese modo si queris poder pasearos un daen libertad?

    El hombrecillo se qued perplejo un instante. Se haba visto obligado aresponder a tantas preguntas durante todo aquel trimestre que apenasrecordaba en qu haba quedado su ltima conversacin con la sastra.

    No me ha llegado ningn dinero dijo por fin. Escrib a mi editorun par de veces, pero no me ha enviado nada. Pens que tal vez querrais

    recuperar el manto.Ya saba yo que bamos a llegar a eso replic la anciana en tono

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    despectivo; el manto no me sirve, pues est hecho a medida y es demasiadopequeo para la mayora de las personas.

    El nolano la mir con rostro apenado.No haba pensado en eso exclam, volvindose hacia el anciano

    sacerdote. No sera posible vender todas mis cosas y pagar con ello a estagente?

    Me temo que no va a ser posible intervino el carcelero alto y gordoque le haba acompaado desde la celda. El seor Mocnigo reclama esedinero. Dice que vivisteis mucho tiempo a costa suya.

    Pero si yo era su husped replic, fatigado, el prisionero.El anciano funcionario levant la mano.Esa es harina de otro costal. Considero que corresponde devolver el

    manto.Y qu quiere que hagamos con l? exclam la sastra, obstinada.El rostro del anciano se enrojeci ligeramente.Estimada seora dijo con voz pausada, creo que no os vendra mal

    un poco de caridad cristiana. El prisionero tiene pendiente una conversacinque es para l asunto de vida o muerte. No podis exigir que se preocupenicamente de vuestro manto.

    La anciana le mir insegura. De pronto record dnde estaba y sepregunt si no sera mejor retirarse.

    Creo que tiene derecho a protestar oy que susurraba en esemomento el prisionero.

    La sastra se volvi hacia l.Debis disculparme aadi el nolano. No creis que su prdida me

    es indiferente. Voy a elevar una instancia al respecto.El subalterno alto y gordo haba salido de la celda obedeciendo a una

    sea del anciano.El manto no nos ha sido entregado junto con las dems pertenencias.

    Mocnigo debe de haberse quedado con l dijo al regresar, extendiendo losbrazos.

    El nolano se sobresalt visiblemente. Luego dijo con voz firme:Eso no es justo. Le demandar.El anciano mene la cabeza.

    Ms vale que os preocupis de la conversacin que habris demantener dentro de un par de minutos. No puedo permitir que se sigadiscutiendo aqu por un par de escudos.

    A la anciana se le subi la sangre a la cabeza. Mientras hablaba el nolano,haba permanecido en silencio, mirando con gesto de disgusto hacia un rincn.Pero otra vez haba perdido la paciencia.

    Un par de escudos! comenz a chillar. Son las ganancias de todoun mes de trabajo! Claro que eso no os va ni os viene! Qu perdis vos en ello?

    En aquel instante asom por la puerta un monje de gran estatura.El procurador ha llegado anunci a media voz, mientras miraba

    sorprendido a la mujer, que no dejaba de gritar.El subalterno alto y gordo tom al nolano por un brazo y se lo llev de la

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    habitacin. Mientras sala, el prisionero se volvi un momento a mirar a lamujer. Su rostro enjuto mostraba una gran palidez.

    La anciana descendi azorada la escalera de piedra del edificio. No sabaqu pensar. Despus de todo, el hombre haba hecho lo posible.

    Cuando, al cabo de una semana, se present el tipo alto y gordo parahacer entrega al sastre del manto, la anciana no quiso entrar en el taller, maspeg la oreja a la puerta y oy decir a aqul:

    Realmente, estos ltimos das ha estado haciendo toda clase degestiones relacionadas con el asunto del manto. Aprovechando el tiempo que ledejaban libre los interrogatorios y las entrevistas con las autoridades de laciudad, consigui elevar un par de instancias y varias veces solicit audienciacon el nuncio para tratar del asunto. Por fin consigui lo que pretenda.Mocnigo no tuvo ms remedio que entregar el manto, el cual, dicho sea depaso, le habra venido ahora muy bien, pues la extradicin ha sido concedida, yesta semana Bruno ser enviado a Roma.

    As sucedi. Corran los ltimos das del mes de enero.

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    La cruzada de los nios 1939

    En el ao treinta y nueve hubo en Poloniauna batalla sangrientaque a escombros redujociudades y aldeas.

    La mujer all perdi al marido.La hermana perdi al hermano.Y el hijo, entre cenizas,a sus padres busc en vano.

    No llegaba de Poloniauna noticia, una carta,mas por el Este corrauna historia muy extraa.

    Alguien refiri la historiaen una ciudad nevada,de unos nios que emprendieronen Polonia una cruzada.

    Muertos de hambre, en tropeles,por los caminos avanzaban,y se les unan otros niosen las aldeas que atravesaban.

    De batallas y amargas pesadillashuir intentabanpara llegar a algn pas dondela paz reinara.

    Marchaba entre ellos un pequeo lder,que fue quien los organizy hacia dnde llevarlos era ahorasu gran preocupacin.

    Una nia de once cuidabade un chiquitn que apenas saba andar.Tena todo lo que hace a una madre,pero no un pas en paz.

    Un pequeo judo iba en el grupocon su cuellito de terciopelo.Toda su vida haba comido pan blanco,

  • 5/20/2018 Brecht Bertolt-Historias de Almanaque

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    ahora a nada pona peros.

    Tambin se les unieron dos hermanos,uno y otro grandes estrategas.Tomaron un buen da una cabaa

    y dentro slo encontraron goteras.

    Iba adems un nio triste y flacoque pareca quedarse siempre aparte.Una espantosa tara haba heredado:el proceder de una embajada nazi.

    Y un msico iba tambin, que en una tiendadestruida encontr un da un tambor.Tocarlo los hubiera delatado,

    y as sus ganas aguant.Hasta un perro con ellos viajaba:en un principio destinado a carne,una boca ms era ahora.Nadie tuvo corazn para matarle.

    Tambin un maestrito haba,que no dejaba de gritaral pupilo, que sobre un viejo tanqueescriba de paz la p y la a.

    Un buen da hubo incluso un conciertojunto a un torrente invernal.El nio msico toc su instrumento,mas el estruendo no les dej escuchar.

    No poda faltar tampoco un romance:la muchacha, doce; quince, el rapazuelo.Buscaban las granjas donde no qued nadie,y all la doncella le atusaba el pelo.

    Mas aquel amor no poda durarcon la nieve y el cierzo.Cmo dos arbolillos iban a soportartodo el peso del invie


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